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La Misa Tradicional, diez años después

17 julio, 2021

Hace diez años asistí por primera vez a la Santa Misa celebrada según el misal de 1962. Fue una experiencia que puedo describir como chocante, pues contradecía prácticamente todo lo que en ese momento creía que debía ser la Liturgia de la Iglesia. Tal fue el choque, que escribí una entrada en este mismo blog criticando la Misa Tradicional y los argumentos de sus defensores. Han pasado diez años desde entonces y la providencia me ha llevado a estudiar y conocer aspectos de la liturgia que entonces ni siquiera podía imaginar. Hoy asisto semanalmente a Misa Tradicional, y aunque entre semana asisto a misa Novus Ordo en mi trabajo, no puedo dejar de reconocer la incuestionable superioridad de la lex orandi expresada en los ritos pre-conciliares, ni dejar de sentir una profunda tristeza por el hecho de que la inmensa mayoría de los católicos no tienen la oportunidad de siquiera conocer el mayor tesoro que tiene la Iglesia.

Aunque hoy en día me retracte absolutamente de cada una de las afirmaciones que hice en ese artículo, lo he dejado publicado todos estos años con el propósito de recordar de dónde vengo y cuál era mi forma de pensar al inicio de todo este camino hacia la Tradición. Seguramente muchos de los católicos que ven el resurgimiento de la Misa pre-conciliar como una extraña moda de los sectores más extremistas de la Iglesia se sentirá identificado con todo lo que escribí en aquel entonces. Por eso, he querido hacer ahora un brevísimo recuento, más simbólico que cronológico, de lo que ha sido la experiencia a través de estos diez años, y cómo he llegado a ver la liturgia de forma diametralmente opuesta a como la veía en aquel entonces.

La misa en Latín y de espaldas al pueblo

«Latín y de espaldas» es lo que primero que el católico promedio piensa cuando oye hablar sobre la Misa Tradicional. No es casualidad: Se trata de la distinción más superficial y por ello más notoria entre el Vetus y el Novus Ordo. Es lo primero que nota el que asiste por primera vez: La misa es rezada, o cantada, completamente en Latín, y el altar se encuentra adherido al sagrario, de forma que el sacerdote, en lugar de mirar al pueblo, reza mirando al sagrario y al crucifijo del altar. No deja de ser irónico que sea eso lo que llama la atención, siendo que ninguna de estas dos características son exclusivas de los ritos pre-conciliares: La misa de 1970 se puede celebrar ad orientem y en Latín. El Misal de Pablo VI también se encuentra en Latín, e incluye las indicaciones sobre cuándo el sacerdote debe voltearse hacia el pueblo. El Papa Benedicto XVI lo hizo así en varias oportunidades, y el mismo Papa Francisco también ha celebrado ad orientem.

Curiosamente, ninguna de las dos cosas me causaron rechazo en esa primera experiencia. Rezar mirando al sagrario, al crucifijo o cualquier otra imagen de Cristo es una actitud instintiva y natural de todo feligrés al entrar en una iglesia, mucho más natural que rezar con los ojos puestos en otro fiel. En realidad, más allá del Latín, más allá de la postura del sacerdote, hay otro aspecto que impacta al neófito con mucha más fuerza: el silencio. En la Misa Tradicional buena parte de las oraciones, empezando por la parte más importante de la misa, la Plegaria Eucarística, son rezadas por el sacerdote en voz baja, prácticamente inaudibles para la feligresía. El feligrés que no ha conocido más que el Novus Ordo Missae, creerá que al sacerdote no le interesa que el fiel escuche o entienda la misa. El sacerdote no está pensando en el feligrés, no se dirige a él ni hace absolutamente nada por llamar su atención, al contrario, le «oculta» parte de lo ocurre en la misa.

Esta es la razón por la cual aunque la celebración en Latín y ad orientem sea válida según el misal de 1970 es algo que casi nunca se ve en las parroquias. El silencio constituye una unidad semiológica con el Latín y el ad orientem, representan un signo diametralmente opuesto a la lex orandi con la que hemos crecido. En el Novus Ordo todo está volcado en función de la asamblea: La Liturgia está para ser vista, oída y entendida. Todo se realiza de cara al pueblo, todo se dice en voz alta y con micrófono, para que todos lo escuchen, y todo se dice en Español, para que sea entendido. Por el contrario, en el Vetus Ordo la Eucaristía es algo que ocurre entre el sacerdote y Dios, el sacerdote dirige a Dios las plegarias de toda su Iglesia, y en cada misa la Iglesia entera está presente así la celebre el sacerdote en privado. La práctica desaparición de la misa privada es la prueba de esa oposición frontal entre la lex orandi anterior al Concilio y la lex orandi del Concilio. Ahora, durante el cierre de los templos a causa de la pandemia, para la mayoría de los sacerdotes no tenía sentido celebrar misa sin pueblo, así que el versum populum se convirtió en versum webcam y la realidad material del sacramento terminó absorbida por el espectáculo del performance litúrgico.

Sin embargo, como dije anteriormente, ésta, que es la diferencia más notoria entre los dos ritos, sólo es la punta del iceberg. Para quien supera ese choque inicial se abre un abismo de sorpresas.

Los propios y el Gregoriano

Poco antes de esa primera experiencia en la Misa Tradicional, había empezado a cantar en el Coro Polifónico de la Catedral Primada de Colombia. Conocí la música sacra y el Canto Gregoriano, e intenté introducirlos en mi parroquia. Unos años después se me solicitó cantar en una misa privada celebrada según el misal de 1962, sólo se trataba de cantar Gregoriano, un ordinario según la fiesta y algunos himnos en las demás partes. La experiencia resultó mucho más difícil de lo que creía, pues en el Novus Ordo hay una comunicación visual permanente entre el coro y el sacerdote, de modo que a partir de los gestos del celebrante el coro sabe cuándo debe empezar a cantar y cuándo debe terminar, mientras que en el Vetus Ordo esto es imposible pues el coro no ve de frente al sacerdote.

Todo esto me hacía reafirmarme en la superioridad de la misa de Pablo VI, hasta que tuve la oportunidad de asistir a algunas misas celebradas por la Fraternidad Sacerdotal San Pedro en Alemania. Sólo a partir de este momento pude empezar a comprender la Misa Tradicional. Allí no había necesidad de comunicación ninguna entre el sacerdote y el coro, no había necesidad de fotocopias con los cantos elegidos para la ocasión, el organista sabía exactamente qué debía tocar y en qué momento, sin seña alguna por parte del sacerdote, e incluso le daba los tonos para las entonaciones. La misa era rezada o era cantada, y si era cantada, se cantaba todo lo que se podía cantar: Epístola, Evangelio, Credo, Paternoster, todo. Tiempo después conocí el Liber Usualis, y se completó lo que ya venía descubriendo: El coro no tiene que andar inventándose qué cantar y cuándo cantarlo, pues la Liturgia ya está escrita y la función del coro es cantar la misa, es decir, lo que el misal prescribe.

Este fue el giro diametral más importante que terminó por enamorarme de la Tradición. Toda la vida estuve acostumbrado a que cada sacerdote celebraba la misa a su modo: al P. Fulanito le gusta así, al P. Sutanito asá. Ciertamente uno podía identificar los diferentes momentos de la misa (algunas veces con mayor dificultad que otras) pero en cada uno de ellos es prácticamente imposible encontrar una misa igual a otra. Así mismo, para el coro los momentos de la misa eran meros espacios que había que llenar con canto, cantos genéricos en su gran mayoría. De hecho, en mi esfuerzo por que los cantos genéricos que introducíamos en los momentos del propio tuvieran alguna correspondencia con el tiempo litúrgico me llevó a comprobar que en la gran mayoría de cantorales usados en las parroquias abundan los cantos alusivos a la alegría pascual o al Espíritu Santo (muchos de origen protestante), mientras que otros temas como la penitencia cuaresmal, la pasión y muerte de Cristo, o la preparación para su segunda venida, a duras penas si están representados, si no son ignorados por completo.

Fue gracias a la Misa Tradicional y al Liber Usualis que pude comprender que el coro cumple una función verdaderamente ministerial en la Liturgia. No estamos para ambientar momentos con música, sino para rezar cantando aquellos textos que la Iglesia ha indicado en el misal para cada una de las misas del año. Descubrir los propios gregorianos fue como haber tomado la píldora roja y haber abierto los ojos a la verdadera realidad de la liturgia. Desde entonces nunca volví a ver la misa de la misma forma, y a diario encuentro en el texto de los propios claves interpretativas frente a las lecturas del día con un valor exegético y catequético infinitamente mayor a las improvisadas selecciones que el coro pueda hacer a partir de los cantorales disponibles.

Los propios también existen en el Novus Ordo, podrán decir. En efecto, el misal de 1970 incluye las antífonas de entrada y de comunión (Los ofertorios son más difíciles de encontrar), y los leccionarios incluyen el versículo del Aleluya. Aún así, he estado en muchas parroquias distintas, en mi ciudad y en otras, y jamás he visto que se cante el propio en una misa Novus Ordo (exceptuando, claro está, cuando lo hemos hecho nosotros). La razón es evidente: Al abandonarse el uso del Latín, todo el patrimonio musical Gregoriano y Polifónico de la Iglesia se dejó de lado. Se necesitaba con urgencia una nueva música en Español, y como no había tiempo para musicalizar todos los textos, nos terminamos supliendo de canciones protestantes, textos insulsos y parodias del rock de los 70’s.

El Novus Ordo Missae es intrínsecamente anárquico. Basta con preguntar a diferentes sacerdotes cómo debe ser la misa bien celebrada, apegada al misal, y se verá las abismales diferencias que surgen. Podrá haber misas muy solemnes y respetuosas de la liturgia con el misal de 1970, pero no dejarán de ser más que la expresión de las preferencias estéticas del celebrante de turno.

Los textos del misal

El descubrimiento del propio ya era para mí una diferencia tan sustancial que me inclinaba a preferir el Vetus Ordo. Pero el acercamiento a la misa tradicional no haría sino brindarme más y más sorpresas para enamorarme de la Tradición. Hace unos años, mi hermano me obsequió un misal bilingue para seguir la misa. Usarlo me permitió entender mejor las partes de la misa, pero con el tiempo preferí dejarlo de lado y concentrarme en la contemplación silenciosa del misterio sacramental. De todos modos el misal se volvería imprescindible cuando al cerrarse las parroquias no nos quedó más que el recuerdo del sacramento y la comunión espiritual a través los textos de la misa.

Desde el principio percibí algo terriblemente nocivo en la sustitución engañosa de la Eucaristía por la misa televisada o transmitida por redes sociales (Algo de razón tendría, pues ahora los obispos sufren tratando de que los fieles vuelvan al templo). Para santificar el domingo, consideré mucho más enriquecedor la oración privada de los textos del misal frente al crucifijo, que sentarse en el sofá a ver la televisión, por lo que el misal bilingue se convirtió en el centro de nuestro domingo en cuarentena. Así, pude conocer el orden de la misa con muchísimo mayor detalle: Las oraciones al pie del altar, la segunda y tercera oración dominicales, los prefacios propios, los textos del ofertorio y del canon, etc. En este punto salta a la vista, no sólo la eliminación de textos bellísimos y de innegable valor docente, sino que tales eliminaciones no son meras simplificaciones de textos reiterativos, más bien guardan en común la referencia a ciertos aspectos de la Fe Católica que prácticamente desaparecen en el misal de 1970.

Al mismo tiempo que rezábamos los textos del misal de 1953, los sábados en la tarde cantábamos los salmos de la Liturgia de las Horas de 1970. Es decir que el sábado en la noche rezábamos la oración colecta del domingo Novus Ordo, mientras que el domingo al medio día rezábamos la oración del Vetus Ordo. Este ejercicio surgido espontáneamente, es decir sin la intención de comparar, hizo patente la general diferencia en el lenguaje de ambos misales. Oraciones como «Te suplicamos, Señor, que te aplaques con la ofrenda de estos dones…» no hace falta buscarlos infructuosamente en el misal de 1970, salta a la vista que ese lenguaje es incoherente con el lenguaje del resto del misal. Todo el misal antiguo está lleno de textos similares en los que se recuerda que Cristo es la víctima perfecta ofrecida al Padre en cada Eucaristía para aplacar la merecida ira de Dios sobre nosotros, y tales textos, que por siglos reflejaron la lex orandi de la Iglesia, simplemente han desaparecido en el Novus Ordo y hoy provocarían escándalo en los oídos de muchos católicos. Esto lo asegura quien lo ha visto a través de ese contacto continuo con ambos misales, pero también ha habido quien ha llevado esas comparaciones al ámbito empírico y objetivo para que cualquiera las consulte.

La Tradición en todo su esplendor: el calendario

El último aspecto, el de mayo profundidad pues requiere un contacto continuado con la Misa Tradicional, es el calendario litúrgico. Cualquiera que asista esporádicamente se encuentra a menudo con que el santoral o las fiestas del día no son las mismas en Vetus y Novus Ordo, pero no se trata de eso.

Cuando se enseña el calendario litúrgico lo más normal es que se recurra a un esquema de colores, una espiral o un diagrama de pastel o dona. De tal fecha a tal fecha es Cuaresma, morado, de tal a tal es Pascua, blanco, de tal a tal es el tiempo ordinario, verde, y así. Es un esquema racional, completo y cerrado como un rompecabezas, similar al calendario de la Revolución Francesa, cualquier modificación de tales tiempos termina dañando la armonía de todo el conjunto. Aún así, es un calendario en modificación permanente, no sólo por las nuevas canonizaciones, sino porque cada Papa ha venido introduciendo nuevas fiestas, jornadas, etc. según su propia agenda pastoral, eso sí, sin jamás alterar la división y estructura de los tiempos litúrgicos. Es un esquema, y por lo mismo, es supremamente fácil de aprender.

El calendario litúrgico tradicional, por el contrario, no presenta divisiones esquemáticas. Gira en torno de las tres principales solemnidades, Pascua, Pentecostés y Navidad, y nos va llevando sutil y gradualmente de un tiempo al otro. La Navidad no se cierra en Epifanía sino que sigue siendo evocada hasta la fiesta de la Candelaria, intercalándose incluso con el tiempo de Septuagésima, que nos introduce en la Cuaresma. De igual forma, la Pascua no termina definitivamente en Pentecostés, sino que esa alegría sigue presente a lo largo de su octava y el Octavetide (Corpus, Sagrado Corazón, San Juan y San Pedro). No se siente nunca que exista tal cosa como un «tiempo ordinario» (nombre que siempre pone en aprietos a los catequistas), sino que el tiempo post Pentecostés tiene a su vez pequeños tiempos que conducen a la feligresía a través del año (Asunción, Michaelmas tide) hasta el triduo que componen la fiesta de Cristo Rey, la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos que hacen que el mes de Noviembre esté dedicado a la contemplación de los novísimos, entrando con suavidad en el tiempo de Adviento.

Octavas (de Pentecostés, de Epifanía, de Corpus, etc.), Témporas, Rogativas, a diferencia del esquema posconciliar que se siente fuertemente desbalanceado en favor de los meses de diciembre a abril, todo el año litúrgico tradicional está lleno de momentos que acompañan el transcurso de las estaciones, del trabajo y de la vida civil. En el mundo rural, muchas fiestas están relacionadas con esta distribución del calendario litúrgico y he visto casos de pueblos en los que, con el cambio del calendario, las fiestas patronales quedaron desconectadas de la celebración del santo que les dio origen.

Como si fuera poco, he tenido la posibilidad de asistir a la celebración de la Semana Santa según el misal de 1954, es decir, antes de la reforma de Pío XII que constituye el antecesor inmediato de la reforma de 1970. A lo largo de la Semana Santa se sorprende uno al encontrar textos como:

Oremus et pro Christianissimo Imperatore nostro N., ut Deus et Dominus noster subditas faciat omnes barbaras nationes ad nostram perpetuam pacem.

Oremus

Omnipotens sempiterne Deus, in cuius manu sunt omnium iura regnorum: respice ad Romanum benignus Imperium; ut gentes, quae in sua feritate confidunt, potentiae tuae dextera comprimantur. Per Dominum Iesum Christum…
R/. Amen.

que claramente provienen de los primeros siglos de historia de la Iglesia. Esta oración seguramente lleva más tiempo sin ser recitada en la liturgia, pero permanece en el misal como signo de la antigüedad del rito que está siendo celebrado. Del mismo modo, se sorprende uno al enterarse que el Exultet, ese que hoy es llamado «pregón pascual», no es una mera recopilación de afirmaciones bellas en torno de la Pascua, sino que es nada menos que la solemnísima bendición del cirio pascual, y cada una de las cosas cantadas hace referencia a la acción del diácono marcando y encendiendo el cirio.

Las tres misas de Navidad, la entonación omitida en Epifanía, el apagado del cirio en Ascención, etc. La liturgia tradicional es imposible de esquematizar porque en cada parte del camino sorprende al feligrés con pequeñas tradiciones específicas dejadas ahí por la Iglesia de algún siglo. Cada easter egg nos recuerda que la liturgia tradicional es un abismo insondable que jamás se termina de conocer. Los reformadores de 1955 sabían exactamente qué estaban reformando, y no deja de ser lamentable que la antigüedad de tales ritos y textos fuera vista negativamente (“repletas… con toda la ostentación de erudición típica de la época carolingia.”) cuando debía ser lo contrario. Los reformadores de 1970 no se tomaron el trabajo de revisar lo que se estaba eliminando, sino que borraron de un brochazo siglos y siglos de tradiciones litúrgicas.

Hace unos días Mathew Hazell hizo un análisis cuantitativo similar al de Anthony Cekada, encontrando que sólo el 48,3% de las oraciones del misal de 1962 se encuentran, así sea modificadas, en el misal de 1970. Dicho de otro modo, al menos el 50% de las oraciones del misal de 1970 son absolutamente originales, creación ex nihilo de los expertos de la comisión litúrgica. Seguramente la cifra será menor si buscamos los textos del misal de 1954, lo que deja ver la escasa comprensión del significado de Tradición que tienen quienes afirman que el Novus Ordo es tan tradicional como el Vetus.

El misal de 1970 podrá ser comparable a esas catedrales modernas (al estilo hiperbólico brasilero, por ejemplo) fruto de la genialidad de un arquitecto visionario. Pero la misa tradicional es como esas catedrales europeas en que uno encuentra dinteles con bajorrelieves románicos, más allá vitrales y arcos góticos, luego cúpulas barrocas o neoclásicas, y así. Cada generación de la Iglesia va dejando su huella en la edificación, de modo tal que sumergirse en el estudio de la liturgia es al mismo tiempo un repaso de la historia de la Iglesia. Por eso es que nombres como «misa tradicional» o «misa de siempre» que tanto criticaba hace diez años, hoy los concedo abiertamente a la liturgia pre-conciliar. No es la misa de Juan XXIII, de Pío XII, ni siquiera de san Pío V, sino que es la misa de la Iglesia, producción y a la vez instrumento de la Tradición Apostólica que remontándose a los mismos apóstoles nunca envejece, pues cada generación la hace suya y la transmite a la siguiente como se hace con el mismo Depósito de la Fe.

17 de julio de 2021

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